Esta historia podría comenzar con un ratón de laboratorio que no inducía la enfermedad de Parkinson. El secreto, al parecer, estaba en la comida, rica en un antibiótico llamado doxiciclina. ¿Y si usamos la doxiciclina como neuroprotector?, fue la pregunta clave. ¿Y si funciona para detener el Parkinson? ¿Y si...?
O la historia bien podría empezar mucho más lejos, en el colegio Guillermina, cuando a Florencia González Lizárraga sus amigas le decían “la chica por qué”. Será porque ella empleaba el método científico antes de conocerlo, movida por la curiosidad que todo lo puede.
Hay muchas maneras inicar una historia. En el caso de González Lizárraga recién va por los primeros capítulos. A fin de cuentas recién tiene 30 años, un doctorado en Ciencias Biológicas que no deja de ser flamante, un marido científico y un amor por el handball sólo comparable con la pasión que irradia en su equipo de trabajo.
Y hasta podríamos empezar la historia en París, donde una beca la depositó durante nueve meses y, por esas cosas de los cócteles y el protocolo, terminó conociendo al ex presidente Francois Hollande.
Pero en este caso lo mejor es empezar por el final. Por ese instante en el que González Lizárraga profundizó la reflexión, cuando ya se terminaba la entrevista de “La otra pregunta”, y subrayó:
- Sufrimos un retroceso en cuanto a la ciencia y la tecnología. Ya no hay Ministerio, ahora es una Secretaría. La cantidad de becas ha disminuido, el ingreso a la carrera de Investigador Científico cayó a menos de la mitad. Y no sólo es el Conicet, también se recortaron los subsidios que se concursan. No están llegando los fondos para hacer investigación. Está muy complicado, en nuestro caso los insumos son en dólares, hay cosas que son difíciles de llevar a cabo.
- ¿Qué análisis te merece todo esto?
- Necesitamos un país que, independientemente del partido político que gobierne, apoye la ciencia, la tecnología, el conocimiento. Exportar tecnología es muy fructífero para el país. Un ejemplo muy claro es Invap, una empresa del Estado que desarrollaba satélites y los vendía al resto del mundo. Ha sufrido un recorte importante y se cortó ese proyecto, que viene de años. Cuando uno habla de una patente se trata de un estudio de 12 años. Por todo eso, la educación en todos los niveles debe fortalecerse para que podamos crecer.
- ¿Cómo es el trayecto que te llevó a convertirte en científica?
- Soy curiosa, todo el tiempo nos estamos preguntando cosas, es algo que te tiene que motivar. Es tu motor para buscar la solución a los problemas. A mí interesaba conocer el por qué de las enfermedades, en especial el cáncer, y pensé en estudiar Medicina. Pero después me incliné por Biotecnología.
- Fue un proceso largo...
- Cada etapa me va dejando algo y de cada etapa aprendí mucho. El colegio nos incentivaba a ponernos objetivos a corto y a largo plazo, y hasta el día de hoy lo aplico, en mi vida personal y en el trabajo. Empecé a jugar al handball en la secundaria y sigo haciéndolo. Formar parte de un equipo me ayudó mucho, aprendés a ser solidaria con tu compañera y entendés que si gana el equipo ganamos todos. Esa es mi filosofía y mucho lo hemos aplicado entre mi mamá, mi hermano y yo.
- ¿Qué hace un biotecnólogo?
- Entre otras cosas, le da valor agregado a algo que ha sido desechado. ¿Un ejemplo? El medio ambiente. En la provincia hay muchos desechos industriales. Mi tesina de grado consistió, a grandes rasgos, en tomar el suero lácteo y hacer un biocatalizador.
- Pero después cambió el eje de tu trabajo, ¿cómo fue eso?
- Mi carrera de posgrado fue el doctorado en Ciencias Biológicas, con una beca del Conicet, que terminó hace unos meses. Empecé en el Instituto Superior de Investigaciones Biológicas (Insibio) que es de doble dependencia Conicet-UNT, y hace poco nos mudamos al Instituto de Medicina Molecular y Celular Aplicada (INMMCA), que es el primero de triple dependencia: Conicet-UNT-Siprosa, porque el Estado provincial invirtió en el proyecto. Para nosotros esto es muy importante, porque al estar el instituto abocado al estudio de las enfermedades neurodegenerativas, el contacto con los médicos y hospitales nos da una ventaja enorme. Es un enfoque interdisciplinario, con distintos puntos de vista sobre la enfermedad, y eso ayuda a llegar a buen puerto. En nuestro grupo hay desde físicos hasta médicos, es muy amplio.
- ¿Y cómo trabaja el INMMCA?
- Es un instituto nuevo, cumplió un año el 23 de mayo. Tenemos dos grandes áreas: la parte salud, en la que vemos Alzheimer y Parkinson, básicamente neuroprotección, y otra tecnológica, en la que se hacen dispositivos de diagnóstico, biocatalizadores para la industria, nanotubos, etc. Siempre utilizando las proteínas en cualquiera de estos proyectos. Trabajamos con químicos, bioquímicos, biotecnólogos, biólogos, microbiólogos... Es una base de recursos humanos que nos permite avanzar.
- Hablemos del Parkinson y la doxiciclina. ¿Cómo es la investigación y cuál es la meta?
- Mi objetivo de tesis fue buscar un neuroprotector que sea capaz de detener la enfermedad. Cuando hice la tesis de grado estudiaba una proteína que está involucrada en la enfermedad de Parkinson. Cuando esa proteína adquiere una condición tóxica colabora en la muerte de las neuronas dopaminérgicas. Esas son las células que liberan la dopamina, el neurotransmisor encargado de los movimientos suaves que tenemos en el cuerpo. En el paciente con Parkinson, al morir las neuronas dopaminérgicas, disminuye la producción de dopamina y se inicia una cascada de efectos. Por ejemplo, los temblores que sufren los enfermos.
- Y ahí aparece la doxiciclina...
- Sí, nosotros la estamos proponiendo como un neuroprotector. El proyecto nació con un elemento casual -lo que se conoce como serendipia-, a partir de un ratón que no inducía la enfermedad. Se planteó la discusión y al cabo de unos cinco meses se determinó que ese ratón estaba comiendo un alimento rico en doxiciclina, que es un antibiótico que se emplea con otros fines. Así comenzó todo. Lo que vimos nosotros es cómo interacciona el antibiótico con la proteína que es tóxica.
- ¿Cómo sigue el proceso?
- Todavía no hay resultados clínicos, el estudio está in vitro, en cultivos celulares, e in vivo (probado en animales). La muerte de las neuronas desencadena una serie de procesos, que se llama neuroinflamación. Que contemos con un antibiótico como la doxiciclina es muy importante, porque detiene esos procesos muy tóxicos para el cerebro. El paso siguiente es iniciar los ensayos clínicos (con pacientes), para lo que se requiere un aparato importante de dinero. Por eso trabajamos en colaboración con colegas de Brasil, de Francia y de Escocia. No es fácil, son varias las etapas que hay que pasar antes de iniciar los ensayos clínicos.
- Estando el Parkinson de por medio imagino las expectativas. ¿Cómo las manejás?
- Estamos entusiasmados, pero hasta que veamos los resultados es complicado afirmar cómo puede llegar a funcionar esta droga. Yo creo que es un trabajo prometedor. Es muy difícil tener números concretos. Antes se hablaba de Parkinson por las personas que padecen temblores involuntarios. Ahora se habla de parkinsonismo, porque hay distintos tipos, y por eso no hay un registro general sobre cuántas personas en la Argentina lo padecen. Hasta el día de hoy no hay cura para la enfermedad, sino tratamientos paliativos, y no se sabe por qué se origina.
- ¿Y en cuanto a la vinculación con la sociedad a partir de este trabajo?
- No tengo contacto con pacientes, pero desde la primera publicación que hicimos hay gente que se acercó al intituto. Siempre aclaramos que nuestros estudios se hicieron in vitro, o sea que todavía no empezaron los ensayos clínicos. En Tucumán no hay muchos médicos haciendo investigación, porque aquí la medicina está muy inclinada a la clínica. Pero al ser el INMMCA de triple dependencia, con el Siprosa incluido, hemos empezado a interactuar con los médicos con el objetivo de programar los primeros ensayos clínicos. Es una situación que te moviliza. Hace un tiempo me escribió una chica, contándome que padece Parkinson, y me hizo pensar: “estoy trabajando para un bien común, para la sociedad”.